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La ciudad no tiene horizonte. Lo perdió. Quizás cuando construyeron las murallas. El horizonte pertenece al paisaje, pero Barcelona lo quiere todo: el cielo y la tierra, mar y montaña.

El formato panorámico fue creado para adaptar la composición fotográfica al paisaje natural, donde la belleza es infinita y la mirada se recrea hasta perderse. Una panorámica a medida de la naturaleza es inabarcable, estable y equilibrada, pero la urbe es el refugio de esta misma naturaleza, en la cual el hombre se protege y reconstruye la belleza perdiendo de vista el horizonte natural.

El paisaje urbano reclama un formato opuesto. Dinámico, inestable y enérgico. Dramático. Un formato cuyos limites sean sus virtudes y sus murallas su fuerza. Era necesario darle un giro a la fotografía panorámica para adecuarla a la ciudad. Ante la imposibilidad de un horizonte, hay que darle la vuelta al formato. Literalmente.

El formato vertical aporta un marco de longitud cinematográfica y perspectiva casi aérea. La ascensión que implica en el espectador, crea la impresión de estar suspendido y la ilusión de sobrevolar el sujeto fotográfico. El horizonte y la perspectiva visual dejan de estar integrados y la dificultad de abarcar la imagen provoca una actividad desacostumbrada en la mirada para reconocerla e interpretarla, originando una fotografía más narrativa que la del encuadre clásico.

El espíritu de Barcelona es vertical, quiere estar arriba y abajo a la vez, es una ciudad antagónica y contradictoria, antigua y moderna, burguesa y obrera, tradicional y vanguardista, y precisaba un formato que abrazara los extremos, cielo y tierra, en un mismo encuadre. Si la cámara es el instrumento que nos enseña a mirar de otro modo, la aventura de observar la ciudad a través del ojo de cerradura del estrecho marco vertical nos obliga a verla con otros ojos. Como el álbum de viaje -vertical- de un Barcelonés que hubiese olvidado serlo...

Barcelona es hermosa aunque a menudo olvida sus propios encantos persiguiendo el fulgor de una vana modernidad. Una ciudad estruendosa, cuyo caos no debe impedirnos escuchar su belleza... Si la rutina nos vuelve ciegos, intentar que detengamos la mirada en la belleza existente a nuestro alrededor, aislándola en el silencio del blanco y negro, en el color del pasado y de la memoria, ha sido el origen de este viaje visual. Porque quien no percibe la belleza está condenado a destruirla... Escuchemos la belleza!

Søren Berenguer